FICHA TÉCNICA

País: México
Dirección: Lila Avilés
Guión: Lila Avilés
Fotografía: Diego Tenorio
Reparto: Naíma Sentíes, Montserrat Marañon, Marisol Gasé, Teresa Sánchez, Iazua Larios, Mateo García, Saori Gurza, Juan Francisco Maldonado, Marisela Villarruel, Galia Mayer, Lukas Urquijo, Manuel Poncelis
Género: Drama
Año: 2023
Duración: 95′

SINOPSIS

Sol, una niña de siete años, pasa el día en casa de su abuelo, ayudando en los preparativos de una fiesta sorpresa para su padre. A lo largo del día, el caos se apodera poco a poco de la familia, fracturando sus cimientos. Sol abrazará la esencia de dejarse llevar como una liberación para la existencia.

TRAILER

NUESTRA OPINIÓN

«¡Que mi papi no se muera!»

Tras la magnífica ‘La Camarista‘ (2020), Lila Avilés, con guion propio basado en experiencias personales, nos presenta un coming of age íntimo, tierno y lleno de amor y de tensión. Una propuesta naturalista, humanista, aparentemente minimalista, pero que contiene la estructura de una compleja joya de orfebrería dramática, optimista y familiar.

Sol (brillante Naíma Sentíes), una niña de siete años, y su madre hablan de muerte y amor en un baño público, y en un corto viaje en coche junto a su madre, tras atravesar un túnel, aguantan la respiración y piden un deseo, fundido a negro. Como si fuera un regalo, su madre, la deja en la casa del abuelo, hombre mayor, médico en activo que busca la tranquilidad e intimidad, y cuidar sus bonsáis, y que en un momento pasa a su lado, lo que parece un ave rapaz. Especialmente significativo, el atrezzo de Sol que sirve como elemento narrativo y expresivo: un manojo de globos, peluca multicolor y nariz de payaso; una forma de máscara, de teatro, de la sonrisa tras la que se oculta el dolor y el miedo (The show must go on).

Desarrollada a lo largo de un día, se construye como un fuera de campo permanente, dejando el tema central, la enfermedad terminal de su padre Tona, tras la puerta de una habitación. Con una cámara al hombro (a cargo de Diego Tenorio), y largos planos, por momentos como observación documental, sigue fundamentalmente el rostro de Sol: inquisitiva, curiosa, que pregunta, que observa y que busca respuestas en un mundo que trata de comprender. Nos muestra su punto de vista, y como expresión de sus inquietudes, la cámara también busca respuestas; se aleja y varía el punto de vista, lo cambia, para mostrarnos un microcosmos de profundas raíces latinas.

La cámara abrumada por sonidos y movimientos, con un horror vacui, gentes que van y vienen, la vida que se abre paso para celebrar la vida, pero que también se conforma como una inevitable despedida. Una película coral, en la que poco a poco vemos como, mientras preparan una fiesta de cumpleaños y elaboran un pastel, los diferentes miembros de la familia afrontan, como pueden, la enfermedad del hijo, del hermano, del tío, del amigo, del compañero, del padre, en un complejo retrato del duelo familiar. Y todo ello prácticamente en una localización, la casa, espacio físico, doméstico, cotidiano, como caparazón, como espacio sagrado de protección, de intimidad y libertad, donde todo es posible. Y son los espacios interiores, la cocina, el baño, la consulta, el patio, la habitación cerrada, a través de la que construye pasillos, relaciones y conexiones, que transita desde lo más pequeño, conectada con la naturaleza, a través planos detalle de plantas y animales (ya sean reales o figurativos, en cuadros, como el que le regala el padre o papel pintado), que se incorporan a ese microcosmos familiar. La vida se desenvuelve entre las grietas y resquicios de paredes y suelos.

Y entre esos espacios se mueve Sol, ajena a fiesta (a veces incluso desaparece), con el único objetivo de comprender, de ver a su padre, saber que está bien, donde la angustia vital se hace patente por momentos, la cámara a la altura de sus ojos. Una cámara que fluye, que se mueve con una constante intimidad, transitando entre los espacios, bailando con los personajes, haciéndonos espectadores del teatro de las emociones que se desarrollan ante nuestros ojos, observando pausadamente, componiendo fragmentos de enorme coherencia. Escasa profundidad de campo, y un ambiente de creciente oscuridad, donde se acentúan las luces y las sombras, la calidez de las velas (el cinematógrafo Diego Tenorio), huyendo del sentimentalismo y la manipulación (sin apenas música).

A medida que avanza el día, la tensión se mantiene contenida, a punto de desbordarse, la escasez de dinero, el exceso de bebida,… el peaje que la enfermedad toma de cada uno de ellos, de todos ellos; tratando de conjugar el drama latente, con elementos de humor y despreocupación a modo de puntos de fuga anímicos, en un conjunto de piezas emocionales que poco a poco caen en su lugar.

Una película simbólica, que conjuga los mitos y el folklore, de espiritistas y terapias cuánticas, con la medicina moderna, costosa; la cultura y la tradición, de los indígenas lacandones y de Mesoamérica, con el internet de las cosas y asistentes virtuales. Una película sobre la familia, sobre la cotidianidad, de la fiesta y el duelo, de la vida y la muerte, en un juego de equilibrios que combina diferentes ritmos y tensiones, para desde lo particular (lo mexicano) alcanzar lo universal.

Un largo plano sobre el rostro de Sol, junto a la tarta con velas, que nos interpela y que llena la pantalla de emociones contradictorias, de miedos, de deseos, de inseguridades; pero también de trascendentes certezas, comprendiendo que algo está a punto de ocurrir. Fundido a negro que cierra, como un sujetalibros, la evolución narrativa de Sol. Y al final los espacios vacíos de la ausencia, iluminada por el sol, la alfombra verde como la hierba, las cortinas blancas mecidas por el viento y la naturaleza entre los rincones, como una ventana abierta hacia la madurez.

«Perdón, no tengo la respuesta.»

MÁS INFORMACIÓN

Web oficial: –
IMDb: http://www.imdb.com/title/tt26315142/
FilmAffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film168806.html