FICHA TÉCNICA
País: Italia
Dirección: Alice Rohrwacher
Guión: Alice Rohrwacher, Carmela Covino, Marco Pettenello
Fotografía: Hélène Louvart
Reparto: Josh O’Connor, Carol Duarte, Vincenzo Nemolato, Isabella Rossellini, Alba Rohrwacher, Milutin Dapcevic, Chiara Pazzaglia, Julia Vella, Lou Roy-Lecollinet, Giuliano Mantovani, Gian Piero Capretto, Melchiorre Pala, Ramona Fiorini, Luca Gargiullo, Yle Vianello, Barbara Chiesa, Elisabetta Perotto, Francesca Carrain, Piero Crucitti, Luciano Vergaro, Carlo Tarmati, Luca Chikovani, Agnese Graziani, Alessandro Genovesi, Cristiano Piazzati, Sofia Stangherlin, Marianna Pantani, Maria Alexandra Lungu, Paolo Bizzarri, Claudio Fabbri, Monaldo Gazzella, Sofija Zobina, Silvia Lucarini, Pancrazio Capretto, Elisabetta Anella
Género: Drama
Año: 2023
Duración: 130′
SINOPSIS
Todos tenemos una quimera, algo que deseamos hacer, tener, pero que nunca encontramos. Para la banda de ‘tombaroli’, los ladrones de antiguas tumbas y de yacimientos arqueológicos, la quimera es soñar con dejar de trabajar y hacerse ricos sin esfuerzo. Para Arthur, la quimera se parece a Benjamina, la mujer a la que perdió. Con tal de encontrarla, Arthur se enfrentará a lo invisible, indagará por todas partes, penetrará en la tierra, decidido a encontrar la puerta que lleva al Más Allá de que hablan los mitos. En su osado recorrido entre vivos y muertos, bosques y ciudades, fiestas y soledades, los destinos de los personajes se cruzan, todos en busca de su quimera.
TRAILER
NUESTRA OPINIÓN
«Signore, stavo sognando?. Mi dispiace, ma non saprai mai come andrà a finire.»
La directora italiana Alice Rohrwacher revuelve en su cuarta película (‘Corpo celeste’, 2011; ‘Le meraviglie’, 2014 y ‘Lazzaro felice’, 2018) alrededor del costumbrismo poético de su país. Una película que conjuga de manera magistral el realismo social y la poética narrativa y visual, en lo que podríamos definir, no ya como realismo mágico, sino como neorrealismo mágico.
La película se ambienta en la Toscana de los años ochenta. Iniciamos un viaje (literalmente, en un tren), acompañando a Arthur (un hierático, mohíno y sombrío Josh O’Connor), británico vestido de lino blanco sucio y desaliñado (que solo cambia en contadas ocasiones), con apariencia de arqueólogo perdido (alejado del glamour de Indiana Jones). Un personaje que viene de lejos, física y emocionalmente, que transita como un espíritu por el mundo de los vivos, dejándose llevar, movido por el viento de los que se aprovechan de sus capacidades de buscador de antiguos tesoros escondidos (etruscos), mientras vaga entre mundos, en pos de la mítica puerta que le reencuentre con su amada Beniamina (hija de la fortuna), su amor perdido. Viaje quimérico en busca de «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo». Y en ese cruce de caminos, entre vivos y muertos, entre el campo y la ciudad, entre el bullicio y la soledad, el encuentro con personajes fellinianos, cada uno en busca de su propia quimera, de su propio sueño imposible: los tombaroli, una vida de fiesta y dinero fácil, vendiendo los tesoros del pasado; Flora (Isabella Rossellini), aristócrata venida a menos que, como Arthur, se encuentra anclada en un pasado de recuerdo de su hija Beniamina, que se viene abajo (como la mansión en la que habita); las hijas de Flora (como furias mitológicas, alborotadas y parlanchinas) olvidar el pasado y huir del campo. Y como contraposición, nos presenta la figura femenina de Italia (Carol Duarte), asistenta y aprendiz de cantante, que parece iniciar una relación con Arthur, y que junto a un grupo de mujeres, se apoya en el pasado, en busca del cambio, de la esperanza de un futuro mejor. Todas esas piezas, se conjugan y juegan su papel en el paulatino deterioro y pérdida de la cultura, de los artefactos de nuestros antepasados, objeto de expolio y venta al mejor postor, y que encuentra en el personaje de «Spartaco» (Alba Rohrwacher), la personificación de esa maquinaria imparable de museos y coleccionistas privados. Rohrwacher plantea una fábula sobre la propiedad y lo comunitario, en un continuo que unifica lo divertido, lo carnavalesco y musical, de Fellini, fundamentalmente a través de la banda de ladrones (desfile de carnaval subidos en un tractor rojo); con la mayor seriedad, de las connotaciones políticas marxista-comunista de Pasolini, a través del personaje de Italia que rechaza los robos de Arthur (que podría representar el expolio inglés).
Se trata de un cine sociopolítico y cultural, maquillado con una original y misteriosa pintura poética y fabuladora, que conjuga el drama, sin desarrollar plenamente, con una continua sensación de ligereza, en un viaje entre lo real y lo mitológico. Un viaje unido por un hilo rojo (aquel de las mitologías chinas y japonesas; o el más cercano de Ariadne, para encontrar el camino de vuelta del laberinto), que parece ser lo único que le mantiene vinculado con ese mundo subterráneo, y que le dota de un particular don para encontrar espacios huecos donde se hallan las tumbas, como un zahorí en busca de agua, mediante el uso de varilla en forma de «Y» (radiestesia). Ese elemento entre mágico y místico (o algo puramente físico) le provoca una especie de mareo o parraque (quimeras, lo llaman sus acompañantes), y que se expresa visualmente mediante un movimiento panorámico vertical de cámara que le colocaba boca abajo (como el hombre ahorcado en la carta del tarot que sirve de poster), cayendo y que parece conectarlo con ese mundo interior. Un poder que queda reducido a un simple reflejo en el agua.
La película conjuga lo viejo, lo antiguo y lo mitológico, con lo moderno, industrial y lo práctico; lo material y lo inmaterial; la luz y la oscuridad; la vida y la muerte, dos mundos que chocan y conectan rescatando el uso de texturas clásicas, granuladas, con formato cuadrado y de tomavistas en 16mm; la belleza y calidez de la fotografía de Hélène Louvert, y la magnífica edición de Nelly Quettier, mediante el uso de motivos repetidos que hablan y se comunican, de elementos naturales: frutas, flores, árboles, animales y pájaros (palomas), que aparecen en paredes y pinturas, y en la realidad y que sirven como conexión entre esos mundos. Pinturas y murales que se resquebrajan o desaparecen, como aquellos frescos de la ‘Roma’ de Fellini (1972), que desaparecen al contacto con el aire de unas obras de metro.
Todo ello narrado con un tono casi divertido y esperanzador, poético y terrenal, lleno de juegos narrativos visuales, utilizando elementos del cine clásico: rompiendo la cuarta pared, acelerando las persecuciones, y usando el melodrama, para dinamizar la narración, contar el pasado de los personajes, y como elemento elíptico. Combina el uso de la música folclórica y tradicional, de manera diegética en bailes y cantos; junto con piezas de música clásica y operística de Monteverdi a Mozart, para cerrar con la el tono más popular de Franco Battiato y su canción sobre los pájaros «Gli uccelli». Una propuesta ecléctica, llena de referencias visuales y cinematográficas.
Y bajo esa historia de amor atemporal, de picaresca y materialismo, late la historia esperanzadora, de un grupo de mujeres lideradas por Italia (personificación del país), y con la independencia de las mujeres etruscas que poblaron esas misma tierras, deciden instalarse por su cuenta en una estación abandonada, como espacio de acogida y matriarcado. El uso impropio de ese espacio, se convierte en metáfora utópica de un futuro de cambio; transformando un lugar de tránsito y paso, en un lugar de permanencia; un lugar de nadie, abandonado, en uno de todos.
Y en un movimiento circular y simbólico, el sol muestra el camino en la oscuridad; siempre hay luz al final del túnel, parece decir la directora italiana.
«Laggiù ci sono cose che non sono state fatte per gli occhi umani, ma per le anime.»
MÁS INFORMACIÓN
Web oficial: –
IMDb: http://www.imdb.com/title/tt14561712/
FilmAffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film821897.html