FICHA TÉCNICA
País: España
Dirección: Javier Rebollo
Guión: Javier Rebollo, Luis Bértolo
Fotografía: Santiago Racaj
Reparto: Félix Moati, Pilar López de Ayala, Ilies Kadri, Jan Budar, Farouk Saidi
Género: Drama
Año: 2024
Duración: 97′
SINOPSIS
En 1901, el francés Gabriel Veyre, inventor y operador de cámara de los hermanos Lumière, acepta la cautivadora propuesta del Venerable Sultán y desembarca en el exótico País de Nour para llevar a Oriente los misterios del cinematógrafo.
TRAILER
NUESTRA OPINIÓN
«Prácticamente somos ciegos, y solo vemos el 10% del universo»
La nueva película de Javier Rebollo (‘Lo que sé de Lola’, 2006; ‘La mujer sin piano’, 2009; ‘El muerto y ser feliz’, 2012), es una obra que navega entre el pasado y el presente, entre lo real y lo onírico, ofreciendo una reflexión profunda sobre los inicios del cine y su capacidad para capturar el alma humana. Con un enfoque que podría considerarse más cercano al ensayo visual que al cine narrativo tradicional, Rebollo nos presenta una experiencia sensorial cargada de nostalgia, invención y memoria, donde el cinematógrafo, la aventura, el amor y el juego de luces y sombras se entrelazan en una danza etérea.
Rebollo nos lleva al fascinante periodo de principios del siglo XX (1.900), cuando el cine aún era un arte naciente, una novedad mágica que asombraba al público. La trama sigue a uno de los pioneros del cine, un operador de los hermanos Lumière, Gabriel Veyre (Félix Moati), a su mujer Jeanne Berthe (Pilar López de Ayala) y su viaje al norte de África, a petición del real sultán Abd al-Aziz (Ilies Kadri), en el imaginario País de Nour. A través de su mirada, y sus experiencias, Rebollo explora la fascinación europea por el «otro», lo desconocido, el orientalismo, el exotismo y la percepción idealizada del norte de África.
La película utiliza estas imágenes y filmaciones antiguas para explorar el cine como herramienta de memoria, al capturar no solo la realidad visible, sino también una especie de «alma» de los lugares y las personas que registra. En este sentido, Rebollo no solo mira al pasado del cine, sino que lo utiliza como un espejo para reflejar las emociones y los deseos de sus protagonistas. Es una película de difícil calificación, compleja, que habla de aventura, de inventos, de amor, y que, aunque hilvanada por el hilo de la aventura de Veyre, la película es coral, tanto en relatos, incardinándose unos con otros, como en personajes, en voces narrativas, como «un tapiz bereber» (Rebollo dixit), como ‘Las mil y una noches’, en una narración que siempre continúa, en continua transformación.
El director juega con esta idea de mecanismo de captura y representación de la realidad como un proceso que, al intentar retratar fielmente, también inventa y transforma. Este dilema entre representación y creación se plasma en las referencias al trabajo de cineastas pioneros como Georges Méliès, quien llevó al cine de la mera representación de la realidad a la invención de mundos fantásticos. Rebollo no se queda en la nostalgia, sino que utiliza esta reflexión histórica para explorar cómo el cine siempre ha sido una mezcla de verdad y mentira, de realidad y ficción.
Fiel a su estilo, Rebollo emplea técnicas que subvierten el artificio del cine, haciendo evidente el proceso fílmico. La película utiliza la voz en over del sargento escocés MacLean (Jan Budar), como una narración omnisciente, casi como si fuera una memoria recobrada, relatada desde un tiempo lejano y a la vez también falseada, la ruptura de la música, el uso de rótulos. El uso de planos fijos es una elección deliberada de Rebollo, que remite a la época de los primeros cineastas, cuando la cámara era un dispositivo estático que capturaba la vida tal como sucedía frente a él. Este recurso estético otorga a la película una calidad pictórica, como si cada plano fuera una postal de un tiempo perdido; y a la vez introduce un movimiento interno, una definición de personajes caricaturescos, que nos remite al cómic de aventuras de Tintín y a los personajes del cine mudo. Sin embargo, hay un par de momentos en el que el movimiento de cámara es intencional y repetitivo: reflejando una sensación de inevitabilidad, como si estuviera atrapada en un ciclo del que no puede escapar. La aventura, la invención, el elemento sorpresivo del cine, expresado mediante la repetición de los rostros de las mujeres del harén, extrañadas y atraídas por la magia de las imágenes en movimiento; el rostro de los niños sonriendo viendo una película de Charlot, la emoción del gesto, como hicieran Kiarostami y Erice. La fotografía de Santiago Racaj parece apostar por capturar la luz, más que el color, y enlaza con los límites de la mirada, con la noche y la oscuridad como soporte para la luz y para el funcionamiento del dispositivo cinematográfico. Así las referencias a la luz, desde los hnos Lumière, pasando por el cine y llegando al país de Nour (que también significa luz). También el tono cambia y gira, apoyado en el gesto del mudo, en el burlesco y en lo cómico. Una propuesta que se aleja del documental y abraza lo fantástico y lo mágico, en una puesta en escena orgánica y viva, con múltiples referencias cinematográficas pasadas y presentes.
La película parece avanzar con la propia historia del cine, y explora el nacimiento del cine como industria y el cambio de paradigma que supuso el paso de la representación fiel de la realidad a la interpretación y la invención. En esta transición, se aborda el surgimiento del cine de ficción, encarnado en las referencias a figuras como Charlie Chaplin y Georges Méliès. El cine deja de ser simplemente una herramienta de registro documental para convertirse en un medio de creación, capaz de reinventar la realidad y contar historias ficticias. La película parece cuestionar el precio de esta transformación: la pérdida de la inocencia del cinematógrafo, que inicialmente era visto como un invento mágico, una ventana al mundo, y su evolución hacia una máquina de sueños prefabricados, guiada por las leyes del mercado y los derechos de autor. En este sentido, ‘En la alcoba de la sultán’ es tanto una elegía a los primeros años del cine, de magia, de la fábula; como una crítica al devenir industrial de este arte, que en su búsqueda de la interpretación y la ficción termina creando un nuevo tipo de verdad, una mentira hermosa.
La película avanza volviéndose más delirante a cada paso, más lisérgica y surrealista (la escena de la mano). La idea de representación, la imposibilidad de capturar la realidad, el alma de las imágenes, se refleja en la historia de amor entre Veyre y su compañera, tratando, tras su muerte, de rescatar su alma, inventando una máquina/cámara gigante (al estilo de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casare), que la traiga de vuelta. Una mujer, a la que llaman Emile (porque lo que no tiene nombre no existe) capturada por el artefacto, que remite a la idea de la figura espectral, de lo fantasmagórico, atrapada en la mirada masculina, pero también como un ser capaz de trascender esa mirada a través de su propio deseo.
Javier Rebollo no sólo homenajea a los pioneros del cine, sino que también reflexiona sobre el medio como un juego de luces y sombras, como un dispositivo capaz de capturar la realidad pero también de distorsionarla, de conservar los recuerdos y de transformarlos en fantasmas, en fantasía. Con su enfoque reflexivo y su ruptura consciente del artificio cinematográfico, trasciende la narración fílmica y se convierte en una suerte de ensayo visual sobre el cine como forma de recuerdo, de memoria y de dolor, una máquina que inmortaliza lo que inevitablemente se desvanece; un espacio donde el pasado y el presente, la realidad y la ficción, se encuentran para capturar no solo lo que se ve, sino el alma de lo que está por ser visto.
«La tristeza es inútil»
MÁS INFORMACIÓN
Web oficial: –
IMDb: http://www.imdb.com/title/tt12699704/
FilmAffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film594580.html