FICHA TÉCNICA
País: Estados Unidos
Dirección: Fran Kranz
Guión: Fran Kranz
Fotografía: Ryan Jackson-Healy
Reparto: Jason Isaacs, Martha Plimpton, Ann Dowd, Reed Birney, Breeda Wool, Michelle N. Carter, Kagen Albright
Género: Drama
Año: 2021
Duración: 110′
SINOPSIS
Años después de que el hijo de Richard (Reed Birney) y Linda (Ann Dowd) causase una enorme tragedia, Jay (Jason Isaacs), y Gail (Martha Plimpton) están por fin dispuestos a hablar en un intento por tratar de seguir adelante con sus vidas.
TRAILER
NUESTRA OPINIÓN
«I think we wanna know why,… how this happened?»
La ópera prima del actor Fran Kranz (entre otras, en la serie ‘Dollhouse’, de Joss Whedon, 2009; y en la película ‘The Cabin in the Woods’, de Drew Goddard, 2011), que también ha escrito el guión, aborda una historia sobre el dolor y la tragedia de dos familias, y la búsqueda de una catarsis a través del encuentro, del diálogo, en busca de una explicación que les permita continuar con sus vidas rotas.
Una película cuyo título hace referencia tanto a «mass» en el sentido de «misa» religiosa, siendo el espacio donde se desarrolla la acción; como al de «mass shooting» (tiroteo masivo), siendo el contenido de la acción. Forma y fondo confluyen desde el título.
Un espacio: la sala de reuniones del sótano de una iglesia; cuatro personajes: padres y madres de los hijos involucrados en una tragedia (magníficos Reed Birney, Ann Dowd, Jason Isaacs y Martha Plimpton), y el verbo como medio de búsqueda de entendimiento, son suficientes para construir un sólido, penetrante y emotivo drama. Fran Kranz parece adoptar una puesta en escena teatral en la superficie, apoyada en un único espacio y un único día, en el estudio de personajes y en la palabra. Sin embargo, la película se estructura y encuentra su máximo sentido en el elemento sustancial del cine, en la edición y el montaje íntimo y contenido de Yang-Hua Hu.
Y es que ambos establecen una suerte de tablero de ajedrez, donde se mueven las piezas. Desde el inicio, mediante escasos movimientos de cámara, planos fijos, un ángulo de cámara bajo, penetramos desde el exterior hacía el interior de la sala donde va a producirse el encuentro. Mediante un estilo indirecto, cruzando habitaciones, pasillos, bajando y subiendo, se habla y se preparan los detalles más mundanos de la reunión (comida y bebida, pañuelos, la disposición de la mesa y las sillas) a través de otros personajes, creando una creciente expectación, entre una banalidad tensa, y algo de torpeza incluso. La elección de un espacio no es baladí: la sala en el sótano de una iglesia, un espacio sin apenas decoración (algunos cuadros, dibujos infantiles y un crucifijo presidiendo), rodeado de ventanas, silencioso (salvo los ensayos puntuales de un coro en la parte de arriba), con una mesa redonda con cuatro sillas en el centro, y dos sillones y una mesa en la esquina cercana a la puerta.
Un espacio minimalista, para ceder el protagonismo a los personajes, y a su diálogo intimista pero profundo, particular pero universal. Unas magníficas interpretaciones desgranan la emociones de un guión precioso y estructurado, que se mueve entre las emociones, avanzando en diferentes estadios del dolor, que va y viene, como un juego de espejos que reflejan el dolor y la aflicción, mediante los encuadres que igualan e identifican, acercan y separan. Un proceso de sufrimiento tratando encontrar una respuesta que calme el dolor, indagando en el pasado en el comportamiento de los padres, en las posibles causas, tratando de reconciliarse con la tragedia, tratando de entender. La película apunta ligeramente temas políticos y sociales (mental issues, gun control,…), pero no sucumbe al discurso moralizante, no trata de encontrar una solución para el espectador, sino que busca dejar atrás esos temas y acercarnos a un elemento más humano.
La cámara se mueve en el plano/contraplano, primero por grupos familiares, y poco a poco identificando los elementos de dolor y de empatía, de rechazo y de aceptación, mediante el general uso de planos medios, con algún primer plano. Pequeños movimientos (travelling), apuntan intentos de acercamiento, que se ven interrumpidos por corte, no llegando a producirse. La cámara toma su tiempo para mostrar las reacciones, poniendo el foco también en el oyente, analizando su silencio, dejando que las palabras impacten en aquel que las recibe. A medida que la tensión crece, la edición se hace más rápida, la cámara tiembla hasta cortar a un campo vallado, del que flota un jirón de una tela roja movida bruscamente por el viento, cuando resuena la palabra «muerte». Un espacio exterior al que volvemos, desde un fundido a negro sobre el que de nuevo se pronuncia la palabra «muerte», tras explicar los momentos de agonía vivida por el hijo, como forma de escapar de la tensión creada, donde la tela roja apenas se mueve.
Dentro de la sala, que conocemos desde todos los ángulos, los personajes se mueven a la vez que sus sentimientos. Pasamos de estar alrededor de la mesa redonda en el centro de la sala, en un círculo forzado, agrupados por familias, a una cierta individualidad, no todos actúan igual, no todos expresan su dolor, su angustia y su sufrimiento de la misma manera. A medida que la formalidad y la tensión inicial se supera, que la sinceridad aflora, que se profundiza en los sentimientos, los grupos comienzan a separarse del centro, moviéndose uno hacía los sillones y la mesa frente a la puerta; los otros conservando el espacio central, que parece ser el lugar de mantener las posturas, de la distancia, de las máscaras. La catarsis se produce, y aquellos en el centro se acercan progresivamente al extremo, formando otro círculo más pequeño, más real, más íntimo. Un espacio de entendimiento, donde todos pierden, donde todos son víctimas.
Una película emocionalmente muy exigente para el espectador, lo que se dice importa, pero donde los silencios pesan, las preguntas y las lágrimas aún más, y nos obliga a reconstruir los hechos y las consecuencias. La película de Kranz, si bien se construye a través de la palabra, quiere trascender los límites del lenguaje y de la razón, para profundizar en algo más íntimo. Despojar el dolor de toda culpa, para entendernos profundamente, dejando que la humanidad y la empatía ocupen ese espacio.
No es tanto una historia sobre el drama o la pena, sino sobre aquellas personas dispuestas a superar el dolor, y poner los medios para superar el drama, en busca de entender, en busca de una esperanza de un mundo mejor para todos. Una película que podemos entender en nuestro país, porque enlaza con el drama del terrorismo y que ha sido narrada desde el documental, con el primer capítulo de la serie ‘ETA, el final del silencio’ (Jon Sistiaga, 2019), con el alegórico título ‘Zubiak’ («puentes»); y desde la ficción, en la estupenda película ‘Maixabel’ (Iciar Bollaín, 2021). Dos miradas que cuentan historia de superación, perdón y diálogo, de convivencia y reconciliación en la piel de Maixabel, que se encuentra cara a cara con Ibon, el asesino de su marido, y que reivindica el perdón como método curativo de las heridas.
Un epílogo demoledor. Nos alejamos de la iglesia ya anocheciendo, nos alejamos de la sala a oscuras, con el crucifijo presidiendo; nos alejamos del campo que ha servido de escape visual en los momentos de tensión, en el que se proyecta la música (ya extradiegética) del coro de niños («but we shall still be joined / in heart / and hope to meet again«), mientras unas luces se encienden a lo lejos.
Una propuesta atrevida y arriesgada, de la que el actor Fran Kranz sale convertido en un prometedor director.
«We miss them.»
MÁS INFORMACIÓN
Web oficial: https://www.mass.movie/
IMDb: http://www.imdb.com/title/tt11389748/
FilmAffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film507896.html