Mientras desayunaba mi bowl de porridge con canela, leche de almendra, fresas y frutos secos con café me preguntaba si no sería como lo de comer paella en España. Rotterdam 5ºC nublado. Valladolid, 8ºC con lluvia persistente. Volvemos al sillón conocido.
Hoy hemos comenzado fuerte con ‘Agate mousse‘, del cineasta libanés Selim Mourad, la cinta más netamente experimental que hemos visto hasta el momento. Una película que es más un ejercicio de estilo, un proyecto visual, que por momentos recuerda a JLG y a Kiarostami. Por momento apabullante la utilización de elementos sonoros y visuales, la combinación de elementos narrativos y meta cinematográficos, de cine dentro del cine. Una narración acotada por capítulos, como un libro y que sobre la idea del deterioro del cuerpo, y finalmente de la muerte, y del renacimiento, y de un tiempo y un espacio circular, donde últimamente los protagonistas son sus propios antepasados en un continuo que va y vuelve, sin principio ni fin. Es uso de diálogos en continuidad, la voz en off, textos sobreimpresionados que dialogan con la voz, la variación del aspect ratio, el uso del blanco y negro y el color, la ruptura de la cuarta pared,… Personajes que tratan de huir, de reencontrarse utilizando los medios a su alcance: medicinas alternativas, huida al campo, la vuelta a la artesanía,…
El discurso es político, social, con elementos mitológicos y psicológicos. Se habla de la identidad, de la belleza, de la posesión, del amor,… confundiendo realidad y ficción. También del papel de los medios, de lo que conocemos, de la realidad que nos cuenta, a través de preguntas y respuestas en la radio al estilo del consultorio de la Sr Francis. La búsqueda de la colectividad a través del cuerpo, de la consciencia de la individualidad.
Esta película forma parte de de una trilogía que está formada por ‘Linceul’ (2017) y ‘Cortex’ (2018), que quizá sea necesario ver para encontrar algunas referencias y relaciones.
La segunda película del día, ‘Pebbles‘, del director indio Vinothraj P.S., supone un viaje de renovación y catarsis, por los paisajes rurales semidesérticos y paupérrimos bajo un sol de justicia entre dos pueblos de Tamil Nadu. Un viaje de tensión entre un padre borracho y violento y un hijo cuya voluntad y deseo es mantener a su familia unida. Un viaje en el que transitan espacios áridos, y ejercicios de supervivencia, mostrando costumbres y tradiciones, basadas en el honor, la posesión y la jerarquía social. Un estupendo manejo de la cinematografía, que consigue combinar momentos de precioso lirismo (la imagen de la “madonna” bajo el árbol, las hojas flotando como una lluvia de pétalos, el globo a través de la ventanilla del autobús), junto con otros de desoladora pobreza y violencia. Todo ello desde una cierta distancia. Un ejercicio de estilo, que maneja planos aéreos (como la llegada del autobús que recuerda a ‘North by Northwest’ de Hitchcock), con largos travelling de izquierda a derecha y de seguimiento, planos secuencia, y dinámicas persecuciones, con rápidos montajes de detalles en diferentes angulaciones. Una película naturalista, pero que introduce una cierta mística o espiritualidad, a través de pequeños momentos como la escritura en la roca, la aparición de un monje con una vaca, y especialmente la cámara flotante que no sabemos si es un espejismo del padre por la deshidratación. Cuidado detalle en los encuadres, que separan a padre e hijo en el mismo plano, que los muestra perdidos entre caminos, arena y piedras. Y finalmente el uso de la tensión, que se mantiene creciente, entre la supervivencia de unos, la ira de otros y la inocencia infantil, que viene acentuada por el calor sofocante que consigue transmitir, y que culmina en un ritmo pausado, casi hipnótico. Sin duda, un viaje de cambio.
La última película, hoy solo había tres en «Tiger Competition», es la película francesa (o mejor corsa) ‘I Comete‘, del también actor Pascal Tagnati. Una película que funciona por medio de escenas, que como tablas vitales conforman un complejo retablo de experiencias humanas. Con claras referencias a los films de Roy Anderson y ‘Echo’ de Rúnar Rúnarsson, la película se apoya en el uso de la cámara fija (salvo en un emotivo momento en el que se fusionan pasado y futuro, memoria y olvido) y en el paso letárgico del tiempo. Nos muestra una realidad, de momentos y personajes, que vamos conociendo, y que encontramos y desaparecen, y volvemos a encontrar. Una película que habla de la sociedad en el micromundo del complejo contexto de la isla de Córcega, país Francés con notables influencias italianas, de nacionalismo y diferencia. A través de esas escenas, de mayor o menor duración, muestra los habitantes del pueblo en el periodo de descanso veraniego, y las relaciones de los habitantes y los veraneantes, los encuentros entre amigos, el calor, el solo, los amores de verano, las verbenas hasta la madrugada, las procesiones, los momentos de lectura, de baños en el lago y en los ríos. A través de las conversaciones, se dejan ver los conflictos entre los locales y los veraneantes, entre los diferentes niveles económicos, entre diferentes clases sociales, el sentido de identidad, de soberanía, de propiedad, de exclusividad. Conversaciones sobre felaciones, fútbol, amistad, libertad, viajes, felicidad, sexualidad, descubrimiento. Y desde la aparente calma, como una tormenta de verano, estalla esa tensión contenida de conflictos, anclados en el tiempo, y nos muestra el deseo, la envidia, la avaricia, la posesión y la venganza. A través de momentos de belleza únicos, nos muestra la mezquindad de otros, conjugando la tragedia y el humor.
Ya hemos cruzado el ecuador. Empezamos la cuenta atrás de este interesante festival.