Ha pasado un año, y de nuevo, la ciudad del Pisuerga se ha vestido de gala, aunque quizás sea más preciso decir que se ha vestido de traje de cineasta independiente. Volver a Valladolid para la Seminci es como reencontrarse con un viejo amigo que, sin perder su esencia, ha evolucionado para seguir el pulso de los tiempos.
Si la 68.ª edición fue la del «cambio de rumbo» con la llegada de José Luis Cienfuegos a la dirección, esta 69.ª ha sido la de la consolidación de esa nueva senda. La programación, más que nunca, ha respirado cine de autor, propuestas arriesgadas y narrativas que huyen de lo convencional. Se ha notado una apuesta firme por la calidad artística, por el cine que provoca y hace pensar, y eso, sinceramente, es aire fresco para el espíritu.
Aunque, como siempre, uno no puede abarcar todo lo que se ofrece, sí he podido sumergirme en una buena cantidad de historias y, sobre todo, sentir el ambiente de una Seminci que se ha mantenido fiel a su vocación. La magia ha estado en las salas, en los debates improvisados y en las caras de asombro de los espectadores…
La nueva identidad visual —los labios reinventados, una paleta más contenida— ganó presencia. No fue accesorio: fue declaración de propósito. Y junto con la música compuesta por Javier Vielba para ciertas sesiones, la Seminci hablo en voz renovada, en matices pensados.
En la Sección Oficial, el nivel general ha sido bastante alto y con un claro tono dramático, pero si una película ha destacado, esa ha sido ‘Misericordia‘, la ganadora de la Espiga de Oro. No es una película fácil de describir, pero su forma de mezclar el thriller con una comedia muy oscura, todo ambientado en un pueblo que parece salido de un cuento de los hermanos Grimm, me ha parecido un hallazgo. También ha sido imposible no aplaudir el ex aequo de las Espigas de Plata para ‘Stranger Eyes’ y la española ‘Polvo serán‘, una cinta que, si bien puede ser densa, tiene una valentía formal que merece ser reconocida.
En cuanto a las interpretaciones, me ha parecido de justicia que los protagonistas de ‘Sex‘ se llevaran la Espiga de Plata, demostrando una química y una naturalidad fuera de lo común. Y qué decir de Laura Weissmahr, cuya actuación en ‘Salve María‘ le valió la Espiga de Plata a la mejor actriz; un trabajo lleno de matices que se queda grabado en la memoria.
Ha sido especialmente emocionante la consolidación del cine español en la competición, con películas como ‘Polvo serán’ o ‘Fin de fiesta’ recibiendo merecidos premios. Y me ha gustado mucho que se haya creado la sección «Constelaciones», un lugar para los grandes nombres del cine de autor, como Jacques Audiard o Mike Leigh. Es un gesto que dice mucho de la dirección del festival.
Finalmente, no se puede hablar de esta edición sin mencionar el emotivo y merecido homenaje a dos grandes figuras de nuestro cine que nos dejaron, Concha Velasco y Patricia Ferreira. El cine es memoria y la Seminci ha sabido recordarlas. Con una programación valiente y una dirección que sabe lo que quiere, la Seminci se afianza como un festival de cine de autor en mayúsculas. Solo puedo esperar que la 70.ª edición nos traiga aún más sorpresas. La Seminci está viva y coleando.