Rotterdam 2/1ºC con niebla, comienza el IFFR 2021, con una versión on-line. Valladolid, 11ºC nublado y con algo de viento, comenzamos nuestra particular cobertura del festival holandés, desde la comodidad y el aislamiento del hogar.
Cuando pienso en que desayunarán en Rotterdam, me viene a la cabeza Louis van Gaal, antiguo entrenador del FC Barcelona, que además de dejar momentos memorables en las salas de prensa, le recuerdo zampándose un arenque, cual marsopa de zoo, en unas vacaciones (tengo dudas de si es una leyenda urbana visual, como aquella de Ricky Martin, el perro, la mermelada y cía.).
Nos alegra ver en la selección la película de una compatriota, Ainhoa Rodriguez, que presenta ‘Destello bravío‘. Una película sobre la llamada «España vaciada», llena de magia y fantasía. Una película constituida de momentos, de tradición y costumbrismo, de momentos repetidos, mecánicos, a los que prácticamente se les ha privado de todo sentido. Un pueblo de churros, del chato en el bar (sólo con hombres), de mujeres en la iglesia, de pasos de semana santa, de cuchicheos, y de abandono. Un pueblo que parece suspendido en el tiempo y el espacio, sobre el que la directora construye, mediante el uso de sonidos extraños, de los encuadres y planos fijos, un mundo de irrealidad, de ensoñación, de mitos y fábulas, de algo por pasar, de tensa calma.
Una película coral, de fuerte presencia femenina, de vidas cruzadas, de cotidianeidad. La película se ancla en la tradición, el patriarcado, la religión, que se llena de imágenes y momentos bizarros, a cámara lenta, que nos recuerda a Lynch o Lanthimos. Un espacio y un tiempo que parece albergar un volcán de deseos ocultos, de necesidades, de libertad a punto de estallar. La colisión de dos mundos: real y fantástico. La única manera de escapar es salir del pueblo. “¿Tú sabes lo que es Alilu?”
La siguiente película de la que hemos podido disfrutar ha sido ‘Gritt‘, de la directora Itonje Søimer Guttormsen, basada en un corto suyo previo. Un viaje urbano e interior de una joven artista en proceso de descubrir su visión creativa, que podría verse también como autorreferencial.
Película compleja, que habla del arte para hablar del compromiso individual y colectivo, y de las contradicciones de la sociedad, incluso de la noruega, aparentemente tan comprometida sobre el medio ambiente, de la mujer y las condiciones de los menos desfavorecidos. Como si fueran las estaciones de la cruz, transita con la suya propia en forma de golpes, desesperanzas y burocracia, en un proceso de autodescubrimiento. Porque las convenciones, incluso las del arte, por muy liberales que parezcan, están ancladas en un cierto conservadurismo, un cierto control de las élites.
Un propuesta arriesgada también en lo formal, que utiliza como base una estética documental, para moverse entre el formato indie, con super-8, y una estética “feista”-realista, que nos muestra el underground del arte y la cultura de Oslo, alejado de la imagen de diseño, y que supone una metáfora de su propio transitar, casi como una vagabunda, arrastrando su maleta a cuestas.
Y es a través de un aislamiento catártico, de conexión con la naturaleza y consigo misma, de ritual chamánico, de búsqueda de su animal de poder, que encuentra fuerzas para enfrentarse a la sociedad, renacida, habiendo encontrado otra forma de vida, y de arte.
Tras el habitual avituallamiento propio de los grandes eventos, seguimos con la complejidad en blanco y negro de ‘The Edge of Daybreak‘, de Taiki Sakpisit. Una película tailandesa, en la que todos los personajes parecen vivir, revivir y repetir un conflicto, un trauma no superado y en el que una vieja mansión sirve de expresión visual de esas tensiones psicológicas, de aquellos traumas, en un continuo crepitar y crujir, en una aparentemente imparable inercia a la destrucción. Un espacio físico en el que convive el pasado, del levantamiento estudiantil, y el presente del golpe militar. Con una narración, que por momentos se vuelve experimental, donde la atmósfera sonora se impone al diálogo (que aparece bien pasado el ecuador de la película), y el ritmo lento, sofocante de la cámara nos induce a un estado hipnótico, letárgico, como los personajes de la película. Y alrededor de ese santuario del dolor, y pena, la naturaleza y los animales, vivos y muertos, reales o imaginados, que se tornan en metáforas de la política, y la familia. Un cuento fantasmagórico, con una fuerte presencia de lo líquido: de sangre, agua y leche. El juego continuo de las luces y las sombras, reflejo de los rincones oscuros de la mente, de pasillos, de espacios, vacíos, expectantes. Una película que funciona puntualmente, con una magnífica fotografía de momentos suspendidos en la retina, que sin embargo deja una cierta sensación de distancia en lo que cuenta.
Y la última, la tercera de las cuatro dirigida por mujeres, en este caso ‘Landscapes of Resistance‘, de Marta Popivoda. Viene a ser un biopic documental, sobre la vida de Sofija Sonja Vujanović, partisana en Belgrado y superviviente de Auschwitz. Una historia, que es narrada y en la que se combina la entrevista tradicional que se relaciona con imágenes de paisajes, puertas, paredes y casas, que fluyen incesantes en fundidos encadenados, y que se relacionan con la narración en off de Sonja sobre sus inicios. Imágenes de campos de amapolas, de árboles, de texturas de piedra, de paredes y papeles pintados, de descorchados y espacios vacíos. Estas imágenes con voz en off, se combinan con videos caseros de su día a día en su casa, con la presencia de un gato que sirve de nexo de unión y de indicación del paso del tiempo en la grabación (10 años). Los momentos más dramáticos, las torturas y el tiempo en Auschwitz, se acompañan de imágenes, lamentablemente más reconocibles, de vías de tren, de crematorios negros de dolor y muerte, de chimeneas, de alambradas, que funcionan como desencadenante visual y emocional. A la historia de Sonja se acompañan, extractos del diario de rodaje de Marta, en el que plantea los conflictos actuales. De manera elíptica conecta la necesidad de resistencia contra el fascismo en aquellos tiempos, a los momentos que estamos viviendo ahora: del totalitarismo, el nacionalismo, la xenofobia, del rechazo de lo diferente. Un testimonio en primera persona sobre la reconciliación, que funciona a la vez como llamada desde el pasado al presente para prepararnos, para tomar conciencia de la necesidad de resistencia, de superar la apatía y no repetir los mismo errores. Una película que, si bien no innova en lo audiovisual, supone un importante impacto emocional, y de atención.
Mañana más…